viernes, 28 de octubre de 2016

¿Qué pasa cuando ves diez películas de terror sin parar?

Siempre he sido malo para la academia, mucho. En el CCH, allá por 1996, reprobé la materia de Historia Universal, y no porque fuera incapaz de memorizar fechas o hechos, sino porque no hacía los deberes. Entonces tuve que inscribir la materia en extraordinario, pero, un día antes de presentarlo, descubrí que había que resolver y entregar una guía... obvio no me presenté al examen.

Estuve arrastrando esa materia hasta que la pude inscribir en un curso sabatino. El maestro que la impartió era el típico maestro sustituto: hippiosón, cabello largo, lentes de carey, mochila y chaleco de cuero, jeans y botas.

Sí, sí vimos los temas de la materia, pero sólo los platicamos en clase, todo muy alternativo; nada más nos faltó tomar la clase afuera, sentados en el pasto... nunca dejó tarea, y para evaluarnos nos pidió un trabajo final: ver diez películas temáticas y escribir un ensayo.


Mi primer idea fue el anime. Como en aquellos años estaban en auge las convenciones de cómics, se habían vuelto accesibles muchas películas y series japonesas, y como mi gran amigo del CCH era fan de ellas, pensé que podría ser muy fácil hacer la selección, pero otro chico me ganó el tema.

Mi segunda idea, fue cine de autor. Como en aquellos años se habían puesto de moda cineastas como Krzysztof Kieślowski y Wim Wenders, por un momento pensé hacer mi trabajo sobre el Decálogo, de Kieślowski, pero el mismo profesor no me lo recomendó, estaría muy denso intentar hacer algo...




Un par de años antes, en 1993, cuando aún estaba en la secundaria, salió Jurassic Park, y con ella vino la dinomanía, si no estuvieron ahí, déjenme decirles que, de pronto, todo era dinosaurios; hubo varias exposiciones de dinosaurios robóticos (estos eran importados, luego el IPN se puso las pilas y empezó a hacer sus propios Lagartos Terribles para estas expos), ni se diga de los juguetes, y por supuesto hubo toda clase de publicaciones, cualquier revista aprovechaba el menor pretexto para poner un saurio en su portada.

Un día, saliendo de la secundaria, vi una revista que me llamó mucho la atención, pero tuve que esperar unos días para reunir el dinero y poder comprarla (¡que tiempos aquellos!). Me gustó bastante la revistilla y me hice fan, afortunadamente no fue difícil que el señor de los periódicos la llevara, así, mes a mes, empecé a entrar al mundo de Fangoria.


Se trataba de la edición española de Fangoria de USA, en ella aprendí muchas cosas de cine, de efectos especiales, de los grandes maestros del terror, del cine B, de los monstruos de la Hammer, etc... Era 1993, en internet apenas aparecía el primer visualizador gráfico de páginas web: Mosaic, el antecesor de Netscape, o sea, básicamente, la web no existía como un medio conocido, así que estas revistas eran oro puro para los que ansiábamos ñoñear.




Mi tercer idea, fue cine de terror. Como en aquellos años ya había leído varios números de Fangoria, rápidamente pude armar una lista de diez películas representativas del género para proponerlas, el profesor inmediatamente me dio luz verde.

Recapitulando, en 1997 no había internet, estaba chavo y no tenía dinero, ni expertise como para lanzarme a Tepito, además, las cintas piratas podían resultar todo un albur, casi siempre eran de mala calidad, ¿cuál era la opción?

Así es, el Videocentro fue la opción, y pues ante la oferta, la demanda tuvo que ajustarse, mi impecable lista de diez películas representativas del género se redujeron a las películas de terror que estuvieran disponibles. Pero además, tampoco tenía dinero para rentar diez cintas VHS, y es más, creo que ni te daban chance de hacer eso.

Pasó casi una semana en lo que conseguí el dinero para la inscripción al Videocentro, mientras, aproveché para revisar con que títulos contaba. Además, pregunté a un par de amigos si tenían alguna cinta de terror que pudieran prestarme. Por otro lado, yo tenía algunas películas que había grabado de la televisión (dios, ¡que tiempos aquellos!). No estoy seguro, pero quizá sólo renté unas seis películas.


Empecé a ver las películas un jueves por la tarde, pero arranqué con una mini serie: The Stand, de Stephen King, duraba algo así como seis horas, aunque ya la había visto cuando la pasaron en el canal cinco, y de donde la grabé en VHS, quería tenerla fresca para mi trabajo. Terminé de verla esa madrugada, con un intermedio para ver otra película, una corta, que también había grabado de la tele: Serial Mom, con Kathleen Turner, dirigida por John Waters.

Sé que vi dos películas de Hitchcock, una de ellas fue la clásica Psycho, y alguna otra, que, debido a la abultada cinematografía del director me hace bastante difícil reconocer cual fue.

Estoy seguro que vi The Shining, de Stanley Kubrick. También un par de películas de hombres lobo, quizá más, un de ellas fue The Howling, de Joe Dante. También vi una de las películas de serie B de la Full Moon Productions, el clásico Puppetmaster.

Por falta de películas atractivas en el Videocentro terminé por ver Scream, de Wes Craven, no quería incluirla porque, según yo, vulgarizaba mi erudito gusto (¿qué?, ¡tenía 17 años!, por suerte se me quitó lo mamoncito, verdad?), pero al final sirvió para representar el futuro del género.

Recuerdo, casi con certeza, haber visto las siete películas mencionadas, aunque, como ya dije, creo que vi una más de Hitchcock o una más de hombres lobos, y quizá, alguna clásica de los monstruos de la Universal, Frankenstein o Drácula, aunque también es posible que haya visto alguna de Fredy Krueger o Jason Voorhees. En este punto habían pasado casi tres días seguidos viendo películas de terror, desde el jueves en la tarde y hasta el sábado en la noche. Sí, antes de que se pongan a gritar 'espurio' a lo menso, obvio hice otras cosas, como comer, dormir, ir a clases y así.

Sin embargo, casi todo el sábado estuve terminando de ver las películas, pero en la noche, quise ayudar a mi madre a preparar la cena, también para distraerme un rato. Ella me pidió que picara jitomate. Fui al refrigerador y encontré la bolsa de jitomates. La saqué, quise abrirla, pero el nudo estaba muy ajustado. Tomé el cuchillo con el que iba a picar los jitomates. Levanté la bolsa de los jitomates y empecé a picarla una y otra vez. Una y otra vez.


#TrueStory, amigos, neta, neta, neta. Agarré a cuchillazos a la inocente bolsa de los jitomates... aunque sólo fueron como tres cuchilladas. Me detuve azorado y bajé el cuchillo, por fortuna nadie de la familia me había visto... me reí un poco (yo creo que de nervios), y seguí picando el jitomate, como si nada.

Al otro día me levanté muy temprano y empecé a hacer mi trabajo, ¡en máquina de escribir!, recuerdo que me apoyé en bastantes citas de Fangoria, eso sí, ninguna plagiada (pensé, me voy a ver muy tonto si me adjudico algo, va a ser muy obvio que eso no es mío), así como de un pequeño diccionario Larousse de psicología (que todavía anda en casa de mis padres). Muchas veces me he lamentado no haber sacado fotocopias del trabajo, no tanto por la posible calidad de él, sino para recordar bien esa decena de películas que me hicieron destripar esa pobre bolsa de jitomates.



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